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Este blog trata de los derechos humanos y su evolucuon y desarrollo historico, esperamos que sea de su agrado y le sea de utilidad.
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viernes, 14 de noviembre de 2008
EL VOTO FEMENINO EN LA HSTORIA DE NUESTRO PAIS
DEL DEDO DEL VIRREY A LAS ENCUESTADORAS
La increíble y tortuosa historia del voto
Entre el primer virrey designado desde España en 1776 y el presidente que se elige hoy, la elección de autoridades en la Argentina admite votos cantados, tiros, fraude y fiestas cívicas.
Vicente Muleiro. De la Redacción de Clarín
Una lectura plana de la historia pretende que previo a la vigencia del voto universal y secreto (y masculino) de 1912, o sea antes de la mentada Ley Sáenz Peña, la elección de autoridades políticas era una esporádica engañifa para legitimar en público algo que ya se había cocinado en privado. Las últimas investigaciones de la historiografía matizan ese tópico sin pintar aquellas jornadas electorales de color rosa.
Desde la escuela primaria sabemos que en el orden colonial, el primer mandatario era el Virrey y que venía importado desde la metrópoli mientras que los miembros del Cabildo (autoridades comunales) obtenían su legitimidad en una compulsa entre reconocidos y "notables" fieles a la Corona, donde el dedo del Virrey de turno señalaba fuerte. Los manuales escolares no abundan en que, durante la convulsiva década que sigue a la Revolución de 1810, el territorio nacional fue pletórico en normas que reglamentaban la elección de miembros de juntas de todo tipo, como así también de cabildantes, asambleístas, triunviros, directores, gobernadores e intendentes.
Ahora bien ¿quiénes votaban en aquellas épocas de territorios, soberanías y autoridades inestables? Quienes revistaban como vecinos, una categoría que se definía por la condición de propietario y la acreditación de no ser sirviente, entre otros puntos.
La elección de representantes del interior al gobierno central establecido en Buenos Aires —que muchas veces era desconocido por territorios que declaraban su propia autonomía— salía de los grupos con una práctica previa en el ejercicio del poder, generalmente de comerciantes y funcionarios que ya tallaban en la época colonial. Aunque a todas las autoridades les costaba mucho hacer pie y la lucha facciosa y violenta dirimía en muchas ocasiones la fragilidad de la representación. En la primera década de vida nacional ser elector (uno cada "cinco mil almas", decía uno de los tantos reglamentos de aquellos años) implicaba ciertas características resbaladizas y que se prestaban a las más diversas arbitrariedades. Así lo demuestra esta curiosidad de la sección electoral de Arrecifes, en 1815 cuando las autoridades electorales, disconformes con los resultados, decidieron nombrar ganador a quien había sumado menos votos porque había sido elegido por "la mejor calidad de sufragantes", como hicieron constar en actas.
Según el historiador Fernando Devoto "la principal paradoja argentina es que existía el sufragio universal masculino desde muy temprano, por una ley de la provincia de Buenos Aires de 1821 que lo establecía para los varones adultos mayores de veinte años, pero a la vez muy poca gente iba a votar". De todos modos pesaba la determinación de las autoridades electorales, que podrían ser abiertamente arbitrarias para definir quién podía votar y quién no. También tenía una gran incidencia la ausencia de registro de votantes que recién debuta en 1863.
Es que, como lo explica con excelencia Marcela Ternavassio en La revolución del voto la dirigencia emergente de la revolución estaba inficionada con los ideales del Iluminismo y le interesaba la categoría de hombre libre como sujeto legitimador de la autoridad política. Claro que ponerse de acuerdo sobre quién era un hombre libre y quién no ya generaba todo un problema político. Es por una variante de este sistema calificado que Bernardino Rivadavia fue electo Presidente en 1826.
Luego de este complicado arranque se ingresa a una era electoral un tanto musical: la del voto cantado. Los electores se inscribían en un registro una semana antes de las elecciones. No había documentos, ni fiscales, ni cuarto oscuro. El ciudadano iba a votar a su parroquia: tenía que decir su nombre y también su voto. Las posibilidades de manipulación y trampa eran generosas, desde correr el riesgo de quedar sometido a cualquier represalia en caso de no "cantar" el nombre adecuado hasta la posibilidad de salir de gira canora: cantar el voto por el mismo candidato en varias parroquias de la ciudad. Así, a los gritos, se había hecho nombrar gobernador Juan Lavalle luego de derrocar y dejar fuera de competencia electoral a Manuel Dorrego, en 1828, con el mecanismo un tanto brutal de fusilarlo.
No menos expeditivo fue Juan Manuel de Rosas quien, con facultades extraordinarias y la discrecionalidad de su poder policial, arrinconó a la oposición. Esto le permitía resolver los turnos de legitimación electoral de los legisladores enviando listas que la Justicia aprobaba sin demasiadas vueltas.
Las prácticas del rosismo fueron denostadas y finalmente vencidas por una generación que se había autoimpuesto la misión de renovar la vida política, de dotar a la Nación de una normativa institucional moderna, de todo aquello que, al fin, cuajó en la Constitución de 1853. Que el empuje principista no se reflejaba en la limpieza electoral lo certificó Domingo Faustino Sarmiento en 1857, cuando le escribe a Domingo Oro sobre el éxito en las elecciones de ese año: "Nuestra base de operaciones ha consistido en la audacia y el terror que, empleados hábilmente, han dado este resultado admirable e inesperado. Establecimos en varios puntos depósitos de armas y municiones, pusimos en cada parroquia cantones de gente armada, encarcelamos como a unos veinte extranjeros complicados en una supuesta conspiración; algunas bandas de soldados armados recorrían de noche las calles de la ciudad, acuchillando y persiguiendo a los mazorqueros; en fin, fue tal el terror que sembramos entre toda esta gente, con estos y otros medios que el día 29 triunfamos sin oposición". Así cualquiera.
Las irregularidades fueron de un asordinado dominio público durante el predominio de la elite roquista que le cambió la cara al país. Entre las virtudes de la Generación del 80 no se contaba la transparencia electoral. Aquella máquina del fraude funcionaba así: los encargados de inscribir a los electores en los padrones, elaborados por el Ministerio del Interior, anotaban preferentemente a los partidarios y luego el gobierno depuraba los registros. Desde ya que los opositores se encontraban con todo tipo de obstáculos. Los empleados públicos que no votaban por el oficialismo eran despedidos. Era y siguió siendo habitual que los patrones de estancia llevaran en masa a las mesas las libretas de su peonada o que un ciudadano, al presentarse a la mesa electoral se encontrara con una cara intimidante que le recriminaba: "¿Otra vez? Vos ya votaste". Otro mecanismo que se impuso durante el cuarto de siglo dominado por el roquismo fue la compra de votos.
En todo este período la jornada comicial tenía distintos climas sociales: en el ámbito rural votaban los adscriptos a un grupo y a un caudillo. En el ámbito urbano podía haber competencia y conflicto. El clima festivo era notable en los pueblos rurales donde el día de votación era también un día de encuentro entre paisanos.
Devoto repasa que "donde había competencia, por ejemplo en la ciudad de Buenos Aires, el clima violento era significativo. El que se aseguraba el control del lugar de votación, que era el atrio de las iglesias, se aseguraba casi todo. Con el correr de los años los métodos se hicieron menos violentos y más refinados. En el tránsito del siglo XIX al XX la manipulación se desplazó al control de la confección del registro electoral, las actas de escrutinio y la falsificación de documentos para votar".
La continuidad de estas prácticas amañadas generó reacciones y derivó en la creación de la Unión Cívica que lideraron Leandro N. Alem y Bartolomé Mitre. Mitre fue acusado de pactar con la elite que promovía el fraude. La división dio nacimiento a la Unión Cívica Radical que transcurrió los primeros años de vida política alineándose en el abstencionismo. Este clima de intransigencia y lucha popular, con la incorporación de nuevos sectores a la sociedad derivados de las corrientes inmigratorias, fueron los que derivaron en la instauración del voto universal y secreto que, para elecciones presidenciales, se puso en marcha en 1916 con el triunfo de Hipólito Yrigoyen.
Allí el clima de la votación cambió. Como recuerda el historiador Ricardo Cicerchia la gente tendía a vestirse bien, a pautar su concurrencia ("yo voto al mediodía" o "yo voy bien temprano"). Las fotos de época acercan a los sufragantes trajeados, con sombrero y a los fiscales de mesa ataviados con un empaque formal.
El civismo sufriría un retroceso en la década del 30, cuando el Ejército inte rrumpió el ciclo democrático con un golpe de Estado. De todos modos, el voto integraba la conciencia política y los gobiernos de facto buscaban esa legitimación. Así, en las elecciones de 1935 se intimidó a los opositores para que directamente no concurrieran a votar, se amenazó a los fiscales opositores con armas para que no se presentaran, se falsificaron planillas de escrutinio, se colocó gente armada dentro del cuarto oscuro y se cambiaban urnas completas que llegaban desde el interior del país rumbo al Congreso en las terminales de trenes. Toda esta gama de recursos armarían el fenómeno que pasó a la historia como "fraude patriótico". Una anécdota dice que en una mesa de Buenos Aires un joven se disponía a introducir en el sobre la boleta de su preferencia cuando una voz lo llamó al orden: "Esa no, m''hijo. Esa otra". Desde donde provenía la voz, se lo apuntaba con un revólver 38 largo.
Hasta entonces, apunta Cicerchia, las celebraciones eran reducidas: "El hecho eleccionario no despierta festejos hasta los años 40 y 50, en la época del peronismo cuando la política empieza a introducirse en cada espacio social. Antes el acto eleccionario formaba parte de la esfera privada, había festejos en las parroquias, en los comités, pero en línea con una política de pocos. La gente en general, los trabajadores, los que no tienen vinculación con aparatos políticos, comienzan a notarse con la política de masas. Y sigue, porque a la sociedad de masas le corresponde partidos de masas".
Los comicios del 24 de febrero de 1946, cuando la fórmula Perón-Quijano se impuso con el 52,4 por ciento de los votos, son consideradas las primeras elecciones transparentes en muchos años. También estuvieron a salvo de hechos de violencia y de irregularidades en el escrutinio. Sin embargo la Revolución Libertadora, que derrocó a Perón mediante otro golpe militar en 1955, acusó al peronismo de haber cometido fraude. Una denuncia concreta se refería al abultamiento del padrón femenino. El voto femenino quedó consagrado en 1951 y cambió la fisonomía de la jornada familiar en el día de las elecciones. Los historiadores, sin embargo, no registran un impacto de las elecciones en los hábitos hogareños.
La relación del voto con la multitud y la calle tendrá otras dos instancias fuertes relacionadas con la recuperación de la democracia luego de largos períodos dictatoriales: en 1973 cuando el general Alejandro Lanusse le traspasa la banda presidencial al peronista Héctor J. Cámpora y en 1983 cuando otro general, Reynaldo Bignone, le entrega el bastón presidencial al radical Raúl Alfonsín.
En los últimos tiempos, con el récord de 20 años de democracia continuada y con cinco elecciones presidenciales consecutivas desde que rige la Ley Sáenz Peña, se ha rutinizado el día de la votación. Cierta aura de fiesta y entusiasmo cívico que se manifestaba en los 80 fue evaporándose aún antes de la crisis de 2001. Las grandes novedades, en todo caso, no pasan por la sociabilidad de la jornada, dominada por las coberturas y los datos de las encuestadoras a la espera del escrutinio, sino por las consecuencias de la crisis de representatividad que se agravó con el fracaso de la Alianza.
Según Cicerchia "Las interrupciones institucionales, dejaron marcas muy profundas en el desarrollo de la conciencia política en general, pero paradójicamente lo que han hecho es reafirmar la tendencia a atribuirle al voto un valor cívico muy importante. El sentido cívico todavía permanece, pero lo que no está o está muy distorsionada es la convicción de que el voto efectivamente decide algo, de que es el fusil de la democracia".
Colaboró Cecilia Fumagalli
Comentario: este articulo habla sobre la historia del voto en argrntina es realmente interesante como pasa mos de unas elecciones totalmente arregladas aunas en donde el voto es libre, ademas aca se marcan hechos muy importantes en este tema como por ejemplo a ley saenz peña, o la aparicion del voto femenino y otras cosas similares.
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